viernes, 27 de junio de 2014

Gran Bretaña y su intento de secuestrar la voluntad popular de los ciudadanos europeos

Seguramente para la inmensidad de los ciudadanos europeos, este post les puede sonar a chino. Pero la transcendencia de la decisión que hoy ha tomado el Consejo Europeo designando a presidir la Comisión europea al candidato del partido más votado en las últimas elecciones europeas. 

La aparente normalidad democrática que se nos transmitió en el proceso electoral, tras el aparente consenso de los Estados miembros en proponer como candidato a presidir la Comisión -el ejecutivo de la Unión Europea-, ha estado a punto de ir al traste. Gran Bretaña, en su tradicional postura de vetar a todo candidato con perfiles europeistas, comenzó a bombardear el proceso de designación vetando a los candidatos salidos de las urnas y queriendo, de esta forma, dinamitar cualquier aspecto de legitimación popular y sus consecuencias en el nuevo proceso de nombramiento del Presidente de la Comisión.

El intento Británico de imponer su mayoría o intentar la vuelta al consenso en la designación del Presidente de la Comisión hubiera tenido dos consecuencias irreversibles:
-  de un lado, los Estados miembros seguirían dirigiendo la Unión Europea a espaldas de la opinión de los ciudadanos y,
- lo más grave, todo el proceso de legitimación democrático que ha supuesto la nueva elección del Presidente de la Comisión habría dinamitado definitivamente la falta de interés por la Construcción europea que tiene la ciudadanía europea.

Respetar lo que sale de las urnas supone:
- Afianzar a los partidos políticos europeos frente a los Estados miembros en la designación de futuros líderes europeos.
- Reforzar para futuros comicios el liderazgo de los candidatos europeos versus el pobre y triste papel de los candidatos y líderes nacionales.
- Legitimar el proceso electoral y la designación de los representantes desde la soberanía popular, desde la ciudadanía europea.
- Comenzar a invertir el peso institucional en la elección del Presidente de la Comisión, asumiendo el protagonismo el Parlamento Europeo, de hecho, tendría que ser éste quien propusiera tras una votación en la cámara a Consejo Europeo el candidato a presidir la Comisión.

En suma, respetar los que resulta de las urnas supone una modificación tácita de los Tratados europeos en favor de la democratización de la Unión Europea.

Aún falta la opinión del Parlamento Europeo. Hoy la opinión de esta Institución sobre el candidato elegido por los Estados miembros debería tener una respuesta unánime de todos los grupos que lo componen. El Parlamento tendría que decir de esta forma al los Estados miembros que el tiempo de tomar decisiones a espaldas de la ciudadanía ha terminado. Hoy, más que nunca, la Institución debe estar a la altura de la ciudadanía, del cambio en su peso institucional y no en los intereses partidistas.

Se está construyendo Europa de facto, y nuestros legisladores tiene la ocasión de sentar las bases para que los futuros Tratados recojan un nuevo proceso de elección de las Instituciones europeas más democrático.