Los recuerdos de infancia, unas veces son vagos, otras imprecisos y, en ocasiones, inolvidables.
Entre estos últimos, recuerdo un Viernes Santo de 1973, hace ya cuarenta años..., cuando un niño de ocho años se levanta con la alegría propia de estar de vacaciones y levanta la voz en su casa cantando la canción de moda de la época.
Lo que, aparentemente, no deja de ser una chiquillada, en aquél momento me llevo una reprimenda incomprensible por mi, entonces, y que, aún hoy, cuesta asimilar.
La solemnidad de la Semana Santa, la religiosidad de la época y el Régimen dictatorial -a pesar de estar en sus últimos coletazos- imponían un respeto tal que la única música admitida era la sacra o la militar, tal y como se imponía en las radios del momento.
Así pues, cuarenta años después un Viernes Santo reviste la solemnidad que cada uno quiera darle: religioso, folklórico, turístico, familiar, agnóstico, ateo o, simplemente, vacacional.
O como señala la nueva legislación belga para el calendario escolar, las vacaciones de Semana Santa dejan de tener este rancio nombre para ser vacaciones de Primavera.
Y dirán que yo sueno a rancio, pero lo que me ha parecido rancio ha sido ver a un musulmán en el supermercado recordándoles a dos niños -que no eran sus hijos- la importancia de la oración en un adoctrinamiento propio de otras épocas.
Y como hay cosas que parecen que son de sociedades de hace más de cuarenta años, me han venido recuerdos de mi infancia, aunque les pueda parecer un poco rancio.
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