Volvía a casa, cruzando las calles del Ensanche, envuelto en el frío anochecer de Pamplona y, entre los cruces y las estampas de una ciudad helada mi retina almacena una imagen que, como un flashback, ilumina permanentemente mi cerebro.
Una joven, de mirada triste y melancólica, ante el mostrador de una tienda de segunda mano, vendiendo una brillante trompeta. Décimas de segundo impregnan en mis neuronas miles de sensaciones, mientras vuelvo a prestar atención a la calzada, no voy a más de cuarenta a la hora, pero la vida parece superar todos los límites de velocidad.
Percibo la sensación de la joven a resistirse a vender el instrumento, una trompeta que, quizás, haya sido una compañera de esfuerzos artísticos, una herencia de un ser querido,… y que hoy emite su último concierto. Sus notas sordas quedan a la espera de un nuevo postor.
La mirada de la joven perdida en el infinito de una crisis que arranca de nuestras entrañas joyas de nuestro pasado. Su mirada confirma que el dinero que va a percibir no compensa el bien que entrega, ni por su valor material, ni por su valor sentimental.
La crisis deja una alta factura, miles de seres anónimos venden una parte de si mismos fruto de la especulación de quienes promovieron una burbuja de dinero fácil, especularon con nuestros sueños y nos hicieron partícipes, como niños egoístas, de sus ambiciones.
Hoy, nuestra joven vende su trompeta y, con ella, miles de sueños hechos añicos. Hoy, los especuladores se regocijan con sus indemnizaciones millonarias, mientras lavan sus conciencias en una mentira que justifica todas sus actuaciones.
Hoy, un solo de trompeta suena en la fría noche, sus notas reclaman la justicia de que el tiempo ponga a los miserables en su sitio. La noche es larga y fría…. Es un solo de trompeta…
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